Retrato del artista adolescente

Los grados de la dificultad

SANTOS SANZ VILLANUEVA El Mundo, jueves 3/10/02, p. 51

TITULO 11 / ENTREGA 13 / RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE / JAMES JOYCE

MAÑANA, ‘RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE’.

James Joyce es uno de los nombres más importantes e influyentes de la literatura contemporánea. Con sólo algunos relatos y tres novelas, se le considera entre los fundadores de las nuevas letras del siglo XX. Retrato del artista adolescente viene a ser la introducción más adecuada a su obra. Su protagonista, Stephen Dedalus, busca la verdad sin dar con ella en la historia de su nación, Irlanda, ni en los rituales y liturgias de una religión, la católica, que no le otorga ningún consuelo.

En busca de la verdad

EDUARDO CHAMORRO

A James Joyce le preocupó siempre la verdad, y le siguió preocupando incluso una vez alcanzada la conclusión de que hay tantas verdades como seres humanos, animales, minerales y plantas. También descubrió que hay tantas verdades como mentiras, y que unas y otras coinciden en un punto situado -nadie sabe dónde- más allá de la verdad y de la mentira, y más allá, también, quizá, de la vida y de la muerte.
Escribió tres novelas fundamentales en la historia de la literatura. Antes había reunido sus relatos en un libro que llamó Dublineses, cuya última entrega engranaba con asombrosa destreza e impresionante elocuencia los temas que nutren la verdad y la mentira, y que siempre le obsesionaron: el amor, la culpa, los celos, la expiación, y esos intensos y profundos momentos de revelación -a los que llamó «epifanías»- en los que la vida y la muerte ofrecen sus misterios con una evidencia conmovedora e inmediata a la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto.
Son esas «epifanías» como fogonazos en los que el enigma se abre por un instante y se muestra desprovisto de las luces que ciegan y de las sombras que atemorizan, del estruendo que ensordece, de los ingredientes e impurezas que amargan el paladar, dispersan los aromas y embotan el tacto. El último de esos relatos se llama Los muertos y fue llevado al cine por John Huston con el mismo título.
Escribió después tres novelas. La primera es el relato de una juventud, la de Stephen Dedalus, el protagonista de Retrato del artista adolescente, en su dolorosa búsqueda de un camino por el que encontrar y abrazar algún sentido radicalmente personal de la vida. Ese joven atribulado y dispuesto a emprender una biografía huérfana y errante, aparece de nuevo en la segunda novela de Joyce, Ulises, para encontrarse con Leopold Bloom, un hombre de mediana edad, no menos peregrino que el joven Stephen. Este creerá encontrar en aquel al padre perdido. Aquel pensará que éste muy bien pudiera ser el hijo que nunca tuvo.
Ulises es la novela del hombre maduro que es Leopold Bloom, también huérfano como Stephen Dedalus, también lanzado a la vida como si ésta fuera la eterna laguna de todos los naufragios, también desarraigado de una patria que sólo pretende devorarlo en el altar de los sacrificios, e igualmente despellejado por una religión de la que sólo entiende la despótica voluntad de quien le exige la entrega de su carne viva a la ceniza de la penitencia y al horror de los infiernos.
Esas vidas, la de Stephen Dedalus de Retrato del artista adolescente, y la de Leopold Bloom, con quien se mezcla en Ulises, se disipan finalmente en la última novela de Joyce, Finnegan’s Wake, un verdadero laberinto -el dédalo que corresponde al apellido de Stephen- en el que la vida y la muerte se transforman en el callejero impensable, en la improbable geografía donde los vivos y los muertos intentan dar los unos con los otros y consigo mismos, en un incesante tumulto de voces, presencias y fantasmas.

 

El de James Joyce (1882-1941) es uno de los nombres más importantes e influyentes de la literatura contemporánea. Más citado y reverenciado que leído de verdad, se le considera entre los fundadores de las nuevas letras del siglo XX. Su obra capital, Ulises (1927), representa para la renovación de la novela en la pasada centuria algo así como lo que supuso El Quijote para la fundación del género.

Empezó Joyce con narraciones tradicionales y de aspecto bastante sencillo y no con relatos muy intrincados. Su primer libro, Dublineses (1914), parece un conjunto de estampas costumbristas y críticas sobre la vida de su ciudad irlandesa. El siguiente, Retrato del artista adolescente (1916), resulta de comprensión bastante directa.

No es que más tarde y de repente Joyce diera un giro radical a su manera de escribir. Los cuentos reunidos en Dublineses tienen una organización muy pensada, representan simbólicamente la propia vida humana y la crítica ha demostrado que su arquitectura se basa ya en la Odisea de Homero.

Tampoco el Retrato del artista adolescente puede tomarse como una simple autobiografía. En él Joyce tuvo la intuición de uno de los rasgos de la modernidad, muy presente en nuestros días: el artista, adolescente o no, tiene que hablar del artista; su dedicación, el trabajo que lleva a serlo, es un motivo a tratar en la obra. Además, el libro está lleno de refinadas anotaciones estéticas que, por otra parte, se aplican a su propia escritura y sirven para entenderla.

La primera gran dificultad llega con Ulises, una obra de cerca de mil páginas intrincadas donde un día en la vida del antihéroe Bloom, y en las que reaparece el protagonista de la anterior, Dedalus, penetran en la vida humana en su totalidad con una prodigiosa variedad de estilos. El monólogo mental, hoy de uso corriente, es un artificio brillante y eficaz para descubrir la conciencia de los personajes.

Con Finnegan’s Wake llega el rebuscamiento extremo, el último grado en la manipulación y casi destrucción del lenguaje. El juego verbal aunque busque una expresividad inédita se queda en un artificio ininteligible. Incluso en su lengua inglesa se han necesitado versiones o traducciones que ayuden a comprender lo que dice.

¿Cuántas personas en todo el mundo han leído entera esta incomprensible novela? ¿Merece la pena ese esfuerzo algo masoquista? Muchos hemos repasado algún fragmento sólo por la curiosidad que despierta lo raro y arriesgado.